Hace más de 20 años tuve la oportunidad, y la suerte, de vivir una experiencia de voluntariado en Costa de Marfil, en el continente africano. Durante el mes de agosto estuve colaborando con varios proyectos educativos dirigidos por los salesianos en Koumassi, una barriada de Abiyan, la capital del país. Allí conocí a Enric Franco, un sacerdote y misionero catalán con quien trabé una gran amistad. Él sigue en África, y desde hace unos años está instalado en Lomé, la capital de Togo, donde dirige un centro universitario y un seminario para jóvenes.
Siempre que vuelve a Barcelona, normalmente para visitas médicas, ya que la edad le empieza a pasar factura, me llama, y nos vemos. La semana pasada nos fuimos a comer y me explicó las últimas novedades del país donde vive y del continente que tenemos tan cerca y a la vez tan olvidado.
Tienen graves problemas de alimentación. Comen casi siempre lo mismo, verduras, patatas, arroz y muy poca carne. Pocas proteínas. Se ha adelgazado bastante, 8 kilos desde la última vez que vino hace un año. Los médicos se lo habían recomendado por motivos de salud, así que no le preocupa demasiado. Hace años que se mira la vida con mucha distancia.
Pero también me confiesa que a veces pasan miedo. El pasado 15 de febrero, otro salesiano, Antonio César Fernández (“César” le llamaban todos allí) fue asesinado por una cédula yihadista a cuarenta kilómetros de la frontera sur de Burkina Faso. El salesiano (en la foto de la portada) regresaba a su comunidad en Uagadugú junto a otros dos religiosos que pudieron sobrevivir al asalto, tras celebrar en Lomé (Togo), la primera sesión del Capítulo de la Comunidad Salesiana de África Occidental Francófona (AFO). Lo mataron, simplemente, por ser misionero y blanco.
Enric había estado con él el día antes, en esa reunión. Se conocían desde hacía años. César estuvo también en Costa de Marfil, en Duokué, y Togo fue su primer destino. Tenía 72 años y había cumplido los 55 de salesiano y los 46 de sacerdote.
Serenidad ante la muerte
Alguno de sus compañeros le había recomendado a César que tomara un avión para volver a Burkina Faso, el país donde estaba destinado y que atraviesa una situación inestable desde hace algún tiempo. Sin embargo, el deseo de César de vivir como el resto de sus vecinos le llevó a desplazarse en coche como siempre había hecho. Nunca había tenido miedo. Al llegar a Burkina Faso, César se encontró con que un comando de 20 yihadistas había tomado la aduana. Los milicianos sacaron al salesiano del vehículo y lo arrastraron al interior de la foresta. Seguramente, opinan sus excompañeros, con mucha amabilidad, les estuvo dando consejos a sus asesinos hasta el último momento. Era un salesiano que aún creía en la bondad de aquellos que le iban a matar. Sin embargo, eso no le libró de que apretaran el gatillo tres veces contra él.
Enric me dijo que se quedó helado cuando le llegó la noticia. Eran amigos desde hacía 30 años. Él mismo declaró tras su muerte: «Para mí era un santo incluso antes de que lo mataran». «La gente está llorando, pero yo sonrío porque he conocido a un santo en vida», presume con orgullo.
También confiesa que, cuando tuvo noticia de la muerte de su amigo, su primer impulso fue rezarle. «No por él, sino a él directamente», matiza. Una reacción inconsciente pero que no le sorprendió. Al fin y al cabo, dice, había aprendido de César «a vivir hasta el extremo la honestidad, la coherencia, la entrega y el amor a los jóvenes».
«Yo no he visto una persona más honesta y coherente que este señor. Lo que él hablaba era lo que practicaba», añade Enric. “Si alguien tenía que morir en África como mártir, era él. Ha sido el escogido porque es el que estaba mejor preparado».
Eso no quita que tengan miedo. Pero Enric volverá dentro de unos días a Togo. En África lleva casi toda la vida, y seguramente allí también le gustaría morir. Aunque no de esa manera. No quiere morir como consecuencia del odio y del fanatismo religioso contra el que los salesianos siempre han predicado, ayudando a los más desfavorecidos sin preguntar de dónde vienen ni qué religión practican.
Doy testimonio de ello, porque lo vi, y lo viví, con mis propios ojos.
José-Manuel Silva Alcalde
Abogado y periodista
Profesor asociado Facultad de Periodismo UAB